domingo, 19 de abril de 2015

Todos a a la cárcel

Publicado por Levante-EMV el 29 de octubre de 2014


Cuánto juego hubieran dado hoy los Blesa, Rato, Francisco Nicolás, Camps, Cotino y tantos otros personajes del entorno político a nuestro cineasta Berlanga, el mejor abordando a través de sus pintorescos personajes el tema de la jeta y el trinque, exponiendo con gran claridad que esto era, y es, la pandereta máxima elevada a un número todavía por definir. Su familia siempre estuvo alrededor de la política, y vivió desde muy pequeño los entresijos de un sector que necesita un reseteo, una limpieza a fondo, un volver a empezar. Comenzó dirigiendo en los años 50, y pocos creadores han conseguido que sus obras sigan siendo, con el paso del tiempo,  de rabiosa actualidad.

El mejor de los ejemplos es Todos A La Cárcel, rodada íntegramente en la antigua prisión de mujeres de Valencia a principios de los 90. Un humilde empresario acudirá a un extraño acto y tratará a toda costa de que la administración le pague lo que se le debe, poniendo a prueba su paciencia y escasas influencias sin demasiado éxito. A lo largo de la trama se suceden escenas rocambolescas donde no faltan el banquero pillín, el alcaide comisionista, el poderoso ministro con asesores varios y el subsecretario que nada pinta y que a base de peloteo tratará de mantener su puesto a toda costa. La cutrez organizativa sumada a surrealistas decisiones se entrecruzarán entre sí llevando todo el grueso de la acción al máximo absurdo, tanto que los presos serán los más racionales y menos sucios de mente. Suena de algo, ¿verdad?

Vayamos un poco más atrás: La Vaquilla y su crítica a las dos españas. Durante la Guerra Civil, en zona aparentemente tranquila donde no hay tiros pero sí cercanía entre frentes, responsables de cada bando sobreviven al aburrimiento general intercambiando material de todo tipo. Unos tienen papel de arroz y otros tabaco, así que la ecuación es fácil de resolver. Si se trata de fumar, no hay ideales que valgan y todos tan amigos. Me recuerda instantáneamente al bipartidismo actual, ese al que ya no le quedan argumentos para defender que por separado no son la misma cosa.

La trilogía de la familia Leguineche a través de La Escopeta Nacional, Patrimonio Nacional y Nacional III reflejan a la perfección el concepto de poder, y cómo se resolvían en cacerías organizadas asuntos mayores y tratos de favor a través de dudosas concesiones con empresarios varios. Y es que pocas cosas han cambiado. Seguimos en tiempo de caciquismo y soberbia, de cutrez máxima a la hora de organizar y tomar decisiones, de aguantar esa eterna media sonrisa con la que nos provocan queriendo hacer ver que la cosa no va con ellos, que son ajenos al desastre que han provocado.

Berlanga fue un genio. Su obra, tan real como ficticia, tan cómica como triste, tan clásica como actual. Su amplísimo abanico temático y emocional caminaba desde las cintas ya citadas hasta cuando se ponía serio en Calabuch, Plácido o El Verdugo. Su costumbrismo, temática y facilidad para acercarnos a lo cotidiano y lo surrealista se complementaban a la perfección con su técnica en cámara y sus estupendos planos secuencia, ensalzados por muchos especialistas del sector, que reforzaban más esa naturalidad y cercanía que tantas veces quiso plasmar. No olvidemos Bienvenido, Mr. Marshall, su obra maestra. Hasta Rita tiene, frente al consistorio, su fuente con chorrito.