Texto publicado en Levante-EMV el 11 de febrero de 2015.
Es complicado hablar de agricultura precisamente en una tierra en la que el campo ha sido, históricamente, uno de los máximos valores, seña de identidad clara y concisa. Es difícil hablar de un sector que sobrevive como puede al tiempo y a la libre y dura competencia, cuando siempre ha sido referente en cantidad y calidad con respecto a otras zonas mundiales.
Todo lo que representa, a nivel simbólico, es incomparable a la cantidad de gente que hoy sigue viviendo de la agricultura en y del campo. Porque si hablamos de simbolismos, debemos hacerlo también de practicidad presente y, sobre todo, de futuro. Mañana terminan los últimos exámenes teóricos para muchos de los alumnos que se preparan para ser titulados en Agroecología en la Escuela de Capataces Agrícolas de Catarroja. Algunos de ellos, una vez finalicen sus prácticas de empresa en mayo, seguirán con la intención de formarse, pero otros buscarán desde ese momento una salida laboral de acuerdo con aquello que vienen estudiando en este ciclo formativo medio (dos cursos de duración). Y no es la única disciplina de esta área la que se estudia en Catarroja.
Para el Ayuntamiento de Valencia, la fórmula sigue siendo la misma: construcción y expansión Al menos es lo que se saca en claro de la revisión del Plan General de Ordenación Urbana, presentado en plenas vacaciones navideñas con el fin de aprobarlo a toda prisa antes de las elecciones. Empieza a resultar molesto, por la notoriedad que va adquiriendo en la calle, para quienes quieren llevarlo a cabo. Y no es de extrañar. Si todo sigue adelante, cientos de hectáreas de la huerta de Vera por el norte, Poble Nou y Castellar-Oliveral por el sur podrían desaparecer en pro de viviendas y otras construcciones que, ya sabemos por esta crisis que seguimos pasando, no son la solución a los problemas. Parece ser que no hay suficientes viviendas vacías en la ciudad y hay que seguir construyendo.
Cierto que nuestra huerta no solo se limita a la zona que marca este plan, y que las oportunidades, por lo tanto, pueden no ser tan escasas para nuestros futuros agricultores. Pero llama la atención cómo, en un momento en el que tratan de potenciarse y asentarse iniciativas y esfuerzos como los huertos urbanos y se intenta incentivar a los jóvenes en este sentido, nuestros dirigentes sigan viendo edificios, comercios y viviendas donde otros ven desarrollo agrícola, identidad y medio ambiente. No olvidemos que una nueva ola de jóvenes está apostando por modos más sostenibles de vida. Gente que sigue viendo en la tierra su más inmediato futuro. Personas a las que nuestros dirigentes no comprenden.
Vecinos de Benimaclet, profesores de la Universitat Politécnica de Valencia, afectados directos y ciudadanos comprometidos ya están levantando la voz a través de actos y concentraciones que crecen día a día. No quieren acabar de un plumazo con aquella Valencia que tan bien plasmó e internacionalizó Blasco Ibáñez en sus novelas.
Claro que la evolución en cuanto a infraestructuras y servicios es importante, pero no a costa de las raíces, el medio ambiente y las oportunidades de trabajo en un medio que siempre ha sido tan nuestro. No hay otra: nos queda esperar a marzo, un mes importante por lo que conlleva. A ver si para entonces ya tenemos el emoticono de la paella en el whastapp. Aunque esa es otra historia.